SANTA JULIANA DE FALCONIERI
Fundadora - Año 1341
Esta santa tuvo la dicha de ser sobrina de
un santo (San Alejo Falconieri, hermano de su padre) y de ser dirigida
espiritualmente por otro santo (San Felipe Benicio).
Nació en Florencia en el año 1270. Su padre
era riquísimo y había construido por su propia cuenta un templo en honor de la Sma. Virgen de quien
era sumamente devoto.
Los padres habían suplicado por muchos años
a Dios que les concediera descendencia y al fin consiguieron que les diera esta
hija que iba a ser su gloria y su alegría.
De joven era tan virtuosa, que San Alejo le
dijo a su madre : "Dios no sólo te dio una hija, sino que te regaló un
verdadero ángel".
De niña acostumbraba pasar largos ratos
rezando en el templo, por lo cual su madre le repetía: "Si no concedes más
tiempo a la costura y a la cocina, no vas a encontrar marido". Pero
aquella amenaza no le producía ningún temor, ya que sentía una inmensa
inclinación hacia la virginidad.
Habiendo
muerto su padre cuando ella era muy pequeña, su madre y un tío suyo le
prepararon un honroso matrimonio, pero ella los llamó aparte y les dijo que
había tomado la decisión inquebrantable de quedarse soltera y dedicar su vida a
la oración, a la meditación, a la caridad y al apostolado. Tenía apenas 15
años.
Bien preparada por su tío, San Alejo
(fundador de los Siervos de María) recibió del gran apóstol San Felipe Benicio
el distintivo de Terciaria de los Siervos de María. Este distintivo era un
manto sobre la cabeza.
Ella siguió viviendo en su casa con su madre, pero observando
una conducta tan religiosa y tan santa como la de una fervorosa religiosa. A
otras les agradó este modo de practicar la vida religiosa (quedándose con sus
familiares, pero observando una conducta como la de una santa monja) y siguieron
su ejemplo. Todas llevaban como distintivo un manto sobre la cabeza, por lo
cual la gente las llamaba: las muchachas de la pañoleta.
Creció mucho el número de las jóvenes
Terciarias (se llaman terciarias a las que pertenecen a la tercera rama de una
comunidad religiosa; la primera son los hombres; la segunda son las monjas y la
tercera son las personas laicas que viven en el mundo pero llevando una
conducta como de gente muy piadosa) y tuvieron que conseguir una casa para
reunirse. Entonces ellas eligieron como superiora a Juliana. Su asociación tomó
el nombre de "Siervas de la Virgen María". Durante 35 años, hasta su
muerte, dirigió nuestra santa a esta piadosa asociación, llevándola a un alto
grado de perfección.
Juliana se propuso un Reglamento sumamente riguroso. Ayunaba tres días por semana, y a veces pasaba días sin comer bocado (sobre todo cuando se dedicaba a altísimas oraciones). Esto hizo que se enfermara muy gravemente del estómago (úlcera llamaríamos quizás hoy a la tal enfermedad). Los viernes los dedicaba a meditar en la Pasión y Muerte de Jesucristo. Los sábados a pensar y leer acerca de la Santísima Virgen (de quien fue superamante devota desde sus primeros años). Muchas veces dormía sobre el duro suelo. Se propuso hacer los oficios más humildes de la casa, y tratar a cada una de sus compañeras como si fuera muy superior a ella (cumpliendo lo que recomienda San Pablo: "Considerad a los demás como superiores en todo a vosotros)."(Filip. 2,3).
Redactó para su comunidad un Reglamento que fue aprobado después por 4 Sumos Pontífices (Honorio IV, Nicolás IV, Benedicto XI y Martín V). Ella misma era la más exacta en cumplir cada uno de los artículos del Reglamento, dando así muy buen ejemplo a todas.
Los que tuvieron que tratar con ella estuvieron de acuerdo en que su caridad, su amabilidad y su inclinación a buscar el bien de las almas de los demás, eran extraordinarias. La gente gozaba al recibir las demostraciones de su afectuosa bondad. Nunca dejaba escapar una oportunidad de ayudar a los que necesitaban de su colaboración.
Los sacerdotes decían que a los pecadores
les hacían mayor bien los sencillos consejos de esta sencilla religiosa seglar,
que los sermones de los mejores predicadores. Muchos pecadores se convirtieron
de su vida de maldad, después de tener una charla con Juliana, la de la
"pañoleta".
Enemigos que se odiaban a muerte, hacían las paces y se declaraban
![Santísimo Sacramento](file:///C:\Users\pc\AppData\Local\Temp\msohtml1\01\clip_image001.gif)
Pasaba horas y horas seguidas dedicada a la oración, sin sentir pasar el tiempo. A quien le preguntaba por qué se estaba tanto tiempo de rodillas, le respondía: "Es para alejar las tentaciones".
Muchos días los pasó solamente con la Sagrada Comunión, sin ningún alimento más.
Su fama de santidad se extendió por todos los alrededores de la casa donde vivía y por toda la ciudad. Y por medio de sus fervorosas oraciones consiguió favores especialísimos para quienes se encomendaban a sus plegarias.
En su última enfermedad, a la edad de 71 años, ya su estómago no le recibía ningún alimento. Vomitaba todo lo que comía. Así que tuvo que dejar de recibir la Sagrada Comunión. Y esto constituía para Juliana la más grande mortificación y penitencia. Y sucedió que en la última visita que le hizo el sacerdote, llevando el Santísimo Sacramento, la santa, sabiendo que no podía comulgar, pidió que le colocaran sobre su corazón un mantel blanco y sobre este mantel la Santa Hostia. Y he aquí que de un momento a otro, la Hostia Consagrada desapareció y nadie la pudo encontrar. Ella había pedido poder recibir a Jesús Sacramentado antes de morir, y su estómago no le permitía, pero su fe le consiguió el prodigio de poder comulgar. Después de muerta encontraron sobre su corazón, en la piel, una cicatriz redonda, como si hubieran cortado para que pasara una Hostia.
En recuerdo de esto, sus religiosas llevan siempre sobre su hábito, en el lado del corazón, una medalla donde está grabada una Santa Hostia.
Tan pronto como la Hostia Consagrada colocada sobre su corazón desapareció, Juliana, con una expresión de inmensa alegría en su rostro, como si estuviera en éxtasis, murió llena de amor hacia Nuestro Señor.
En su sepulcro se obraron numerosos milagros. Y nosotros le pedimos a tan grande santa que nos obtenga de Dios que también a la hora de nuestra muerte, recibamos con todo el fervor posible la Sagrada Hostia, donde está el cuerpo Santísimo de Cristo.
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